Cuando tenía algo más de 3 años, mi hija —que siempre ha sido muy espabilada y reivindicativa— estalló en llanto por lo que consideraba un agravio respecto a su hermano de 7.
– «¡No es justo!» —sabe Dios dónde habría escuchado aquella expresión impropia de su edad—. «Mi hermano puede jugar con las tijeras ‘grandes’ y yo no» —se refería a unas tijeras escolares que usaba él para recortar unos dibujos de una cartulina en comparación con las tijeras «de juguete» que ella tenía, que no cortaban.
– «¡Ese no es mi problema! ¡tú eres muy pequeña!» —le gritaba mi hijo—.
Calmando el ambiente e intentando evitar el conflicto, les expliqué con ejemplos que cada persona por su edad está preparada para realizar unas determinadas tareas y que, teniendo en cuenta eso, le asignaba la responsabilidad al hermano mayor de enseñarle a cortar con sus tijeras, siempre bajo mi atenta mirada, y a la hermana pequeña realizar los dibujos que después cortarían juntos.
– «Vale, pero las tijeras ‘grandes’ ya son de los dos», sentenciaba mi hija no sin cierta protesta de su hermano. «Es justo. Lo que hay en esta casa es de quienes vivimos aquí», respondí.
Todo en paz, continuaron felices el juego.
Esta anécdota vivida con mis hijos, y en la que me he permitido alguna licencia narrativa, me ha venido a la cabeza al abordar estas líneas que deberían hablar sobre ¿qué es la justicia social? Ésta no es más que un principio básico para lograr la convivencia pacífica y el avance de las sociedades incentivando que cada persona desarrolle su máximo potencial. Cuando añadimos al concepto jurídico de «justicia» el calificativo de «social» lo ampliamos a la consecución de la igualdad de oportunidades, la equidad y los derechos humanos. Erradicar la pobreza y la desigualdad es el fin último de la justicia social.
Todas las personas compartimos unas necesidades básicas y unos derechos humanos fundamentales e inalienables y no podemos perderlos porque están ligados a nuestra existencia humana; dependiendo del país en el que hayamos nacido, están satisfechos o no. Es aquí donde se produce la injusticia y la inequidad, que son el germen del conflicto y de la violencia en nuestro mundo.
La pobreza es la injusticia más extendida e impide que se pueda acceder a otros derechos fundamentales. Cuando las personas en su niñez se ven obligadas a trabajar, se les niega su derecho a recibir una educación de calidad que les permita formarse y les garantice un futuro con igualdad de oportunidades, se les niega su derecho a jugar, sufren abusos y humillaciones. Y así podríamos seguir con otros ejemplos de igualdad de género, de vivienda digna o de xenofobia, que afectan a muchas otras personas.
Tengo una buena noticia: las injusticias pueden ser evitadas porque han sido provocadas por las personas y persisten porque nos desentendemos de ellas: ¿recuerdas el «¡Ese no es mi problema!» de mi historia?. Está en nuestra mano, en tu mano y en la mía, el promover con nuestro compromiso activo la justicia social en nuestra casa, escuela, comunidad de vecinos o trabajo, y está en manos de otras personas con responsabilidad en el ámbito nacional y mundial.
Un día para reivindicar la justicia social: 20 de febrero
Naciones Unidas eligió el día 20 de febrero como Día Internacional de la Justicia Social. Con él nos recuerda que en una sociedad global el bienestar de cada persona pasa porque se cubra el bienestar común y porque se apueste por un desarrollo sostenible que abarque a todas las personas de nuestro mundo.
Luis Fernando Medina