En un contexto de guerra y desplazamiento, la historia de este niño sirio del colegio “Angels of Peace” del Líbano nos transmite cómo la educación sigue siendo la herramienta clave para construir un futuro con esperanza.

Desde colegio de los Salesianos Angels of Peace en Beirut, en el Líbano, nos hacen llegar la historia de Omar:

“Cuando abrimos la puerta de la escuela, Omar nos abrazó con fuerza, a pesar de que nunca nos habíamos visto antes. Pero la vida no siempre ha sido así de alegre para él. Nacido hace seis años en Damasco, en el seno de una familia musulmana suní, Omar ha enfrentado dificultades inimaginables. En 2024, su familia huyó de Siria a pie, cruzando la frontera hacia Líbano en busca de una vida mejor en Beirut. La mudanza repentina y llena de estrés afectó profundamente a Omar.

Los niños del lugar empezaron a llamarlo pobre y sin hogar, mientras que los bombardeos en Líbano le recordaban los horrores vividos en Siria, reforzando el trauma del desplazamiento.

Pasaron los meses y el peso de todas esas experiencias hizo que Omar se encerrara en sí mismo. Se aisló de todos, incluso de su propia familia.

Las cosas empezaron a cambiar en enero, después de que cesó la guerra. Omar se matriculó en la escuela “Angels of Peace”, donde por fin encontró un lugar que lo acogió. Muchos refugiados sirios no pueden asistir a las escuelas públicas libanesas, y las privadas son inalcanzables para familias como la de Omar. Por suerte, la escuela AoP era gratuita y estaba cerca de su casa, lo que la convertía en la opción ideal.

El personal del centro —especialmente la psicóloga y los maestros de educación especial— se dedicaron con empeño a ayudar a Omar a sanar. Con cuidados diarios y un seguimiento constante de su estado psicosocial, trabajaron incansablemente para devolverle la sonrisa.

El Omar que conocimos era un niño lleno de vida y alegría. Nos recitó orgulloso el abecedario en inglés para mostrarnos sus avances en el aprendizaje de un nuevo idioma. Según Noura, la directora de la escuela, ahora Omar habla con frecuencia e incluso llora cuando llega la hora de irse a casa.

Antes de que nos fuéramos, Omar nos pidió que le hiciéramos una foto. Sonrió con todas sus fuerzas. Más tarde, al mirar con atención, vimos que su felicidad brillaba mucho más allá de su sonrisa.”

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