Ya en el 2000 la Declaración del Milenio de Naciones Unidas identificó la solidaridad como uno de los valores fundamentales que es esencial para las relaciones internacionales en el siglo XXI: «Los problemas mundiales deben abordarse de manera tal que los costos y las cargas se distribuyan con justicia, conforme a los principios fundamentales de la equidad y la justicia social. Los que sufren, o los que menos se benefician, merecen la ayuda de los más beneficiados».

La solidaridad está presente en la agenda internacional, también como principio fundamental que sustenta el derecho internacional contemporáneo. Sin embargo, a la vista de los últimos decenios de pobreza, catástrofes y de la última pandemia, todavía «se necesitarán medidas mucho más audaces de las que hemos presenciado hasta ahora para que la solidaridad internacional se tome mucho más en serio en la lucha por la efectividad óptima de todos los derechos humanos en todo el mundo». Lo afirma Obiora C. Okafor, experto independiente sobre los derechos humanos y la solidaridad internacional de Naciones Unidas, al analizar la situación post COVID-19.

Un ejemplo concreto de esto sería una cooperación internacional eficaz para garantizar el acceso gratuito (o al menos asequible) para toda la población mundial a cualquier vacuna o tratamiento para la COVID-19, sin importar el lugar del mundo en el que se desarrollen.

Partiendo de la idea de ciudadanía global y más allá de la contribución de los Estados y los agentes no estatales, parece oportuno reflexionar sobre la contribución personal a esta solidaridad humana en nuestro entorno más o menos cercano. Desde luego, en la solidaridad vivimos la esperanza de construir un mundo mejor. Sentirnos que somos parte de la humanidad, respetarnos y ser personas empáticas nos hace comprender que la otra persona necesita de nuestro apoyo. La acción solidaria es aquel servicio desinteresado que brindamos a otra persona o colectivo sobre la base del valor positivo de ayudarla.

La pandemia ha mostrado, o incluso acrecentado, muchas limitaciones, vulnerabilidades, fragilidades, etc. tanto personales como comunitarias. Seguramente haya provocado en nuestra persona algún cuestionamiento acerca de cómo vivimos, cómo nos cuidamos, qué es verdaderamente imprescindible, etc.

Por eso, hoy deberíamos volver a preguntarnos:

¿Soy realmente una persona solidaria en mi día a día o solamente participo de alguna actividad solidaria puntual?, ¿es mi actitud solidaria una verdadera actitud de servicio o un mero postureo?

__________________________________________________

  1. https://undocs.org/es/a/res/55/2
  2. https://www.openglobalrights.org/solidarity-key-to-post-covid-19-response/?lang=Spanish